El sábado pasado, al despertar, no sabía que me pasaba. Amanecí con un fuerte dolor de cabeza, visión borrosa y un molesto escozor en los ojos. Al principio lo achaqué a los efectos de la noche anterior, en la que Canon y yo habíamos bebido hasta altas horas y, como siempre nos pasa en estos casos, mantuvimos un apasionada discusión por discrepancias en nuestro modo de entender la fotografía.
En términos fotográficos él es lo que yo denomino un gandul fotográfico. Para excusar su actitud (más bien ineptitud) lo revierte todo de frases rimbombantes y muy cool; justificaciones del estilo: “Yo abogo por una economía de fotos”, “¡Sobran, sobran imágenes!”, “esa foto ya la hizo fulano”, “la fotografía ha muerto, viva la posfotografía” y demás palabrerío. Encima me habla de artistas que ya han trabajado estos conceptos pero que a mí me suenan a chino, como Erik Kessels.

A mi, en cambio, me gustaría estar todo el día disparando sin cesar porque creo que un fotógrafo lo es las 24 horas del día y, por ello, debe llevar la cámara encima vaya donde vaya. Así que para refutarle sus sesudos argumentos contemporáneos le arguyo que hoy también hay una tendencia a documentarlo todo, como hace Antonio Martínez X. con su Pequeño Universo o Xavier Ribas con sus fotos de pedruscos y plantas. Pero la verdad es que con el trabajo de autores como éstos nunca termino de enterarme si hay un objetivo distanciamiento de lo fotografiado o una toma de partido ante la toma; en cualquier caso, sí que hay calentamiento de mollera e intención de fotografiarlo casi todo.
